Son muy remotas las noticias que se tienen sobre la idea de construir una capilla en el Cerro que nos ocupa. Las primeras versiones se deben a Fray Pedro Simón quien historió todo sobre los primeros años del Virreinato de la Nueva Granada y se ocupó entre otras, de la construcción de la Plaza Mayor, hasta el grado de asegurar que desde allí “se podían en tiempos bien claros, ver los polos”. Al parecer confundió un nevado de la Cordillera Central con ese lejano panorama.
Parece ser que en las estribaciones de los Cerros Monserrate y Guadalupe, tenía sus dominios el cacique de Ubaque, y sus gobernados realizaban ataques en la plaza, hostigando a los soldados españoles, utilizando los riachuelos san Agustín y san Francisco situados a media distancia de los cerros. A esos sitios se hacían excursiones, y pueden ser estos los comienzos de las peregrinaciones tan de moda en nuestros tiempos.
Ochenta años más tarde en 1620 don Juan de Borja a la sazón presidente del Nuevo Reino de Granada propuso al bachiller Pedro Solís de Valenzuela levantar una capilla en lo alto de la serranía, al oriente, entre Las Nieves y Las Aguas, en honor de Nuestra Señora de la Cruz de Monserrate o una tebaida a unos 510 metros de distancia de la cima, lo que se convirtió en una obsesión del gobernante.
Uno de sus hermanos, Fernando, formó parte de la comitiva que llevó los restos de don Bernardino de Almanza, Arzobispo de Bogotá a Madrid; se fue luego a Segovia e ingresó a la Cartuja con el nombre de san Bruno, donde llevó una vida ejemplar de asceta hasta su muerte. Se conocen iglesia y convento, refugios espirituales de los devotos de san Bruno.
Veinte años después se conoció en Santa Fe la noticia del lienzo de la imagen patrona del país azteca por el indio mexicano Juan Diego.
Feligreses y personajes como el sabio José Celestino Mutis impulsaron la construcción.
Los devotos de esta virgen erigieron una ermita en su honor en el Cerro motivo de esta crónica, y allí fue colocada la virgen morena el 8 de septiembre de 1656, en una peregrinación histórica sin precedentes en esa época, presidida por la Real Audiencia, el Cabildo Eclesiástico y el Ayuntamiento.
El 18 de octubre de 1743 la capital del Virreinato fue sacudida por un formidable terremoto que destruyó casi totalmente las construcciones urbanas y la ermita, quedando intacta la imagen de la Virgen. Se la bajó a la Catedral. Vargas Jurado, cronista de esos años relata que la concurrencia fue multitudinaria de allí hasta Egipto. La campana grande de la capilla rodó por la pendiente quedando incrustada en el barro a la mitad del cerro, tras el violento remezón telúrico.
En 1760 se reedificó la capilla en honor de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de México y 28 años después, el 12 de julio de 1785 otro violento terremoto tumbó la capilla, por lo deleznable del terreno en el Cerro, contrario al de Monserrate que tiene roca viva. Los padres Candelarios fueron los encargados de subir la imagen al nuevo sitio y mejoraron el camino para los peregrinos.
El sabio José Celestino Mutis, director de la famosa Expedición Botánica estuvo colectando plantas para estudios en 1762. Se dice que llevó sirvientes para esta labor, provisto de barómetro; llegó a la cumbre hacia las dos de la tarde; pasó la noche acampando en la ermita en ruinas, durmiendo entre los muros destruidos que dan cuenta de tres construcciones y halló la campana construida en 1741 sobre cuyos bordes leyó la inscripción en alto relieve: “Ave María Gratia Plena Dominus Tecum”.
Nicolás León, constructor de la época quiso reconstruir la ermita, no en el collado o cúspide sino en las estribaciones y levantó su obra de la cual todavía se puede apreciar un arco de ladrillo en la mitad del camino y paredes en calicanto o “tapias de Pilatos” como se les llamó vulgarmente.
Jorge Murcia Riaño reedificó el templo y reorganizó los paseos a Guadalupe por el antiguo camino
A mediados del Siglo XIX el canónigo Fernando Mejía levantó de nuevo la Iglesia con una “voluntad aragonesa” como se dijo entonces. En ese empeño se venía laborando desde 1858 cuando empezó una de las tantas guerras civiles colombianas y la persecución religiosa. Imponía penitencias a los fieles para que trabajaran en la obra, en especial a señores y señoritos, terminando a la postre entre los feligreses con el apodo de “doctor tornillo”.
Se sabe que aún le faltaban los vidrios para la iglesia y tuvo un “cabezazo”. Fue a Palacio a visitar al “supremo director de la guerra”, el general presidente Tomás Cipriano de Mosquera solicitando auxilios para el templo, pero el gobernante estaba fuera de sus modales con la noticia de la toma de Popayán por don Julio Arboleda tras sangrientos combates.
“¿Quién llegó? – preguntó el General. “Soy yo”, dijo el canónigo Mejía.
¡¡Es usted un impertinente -, bramó el furioso soldado presidente-, venir a quitarme tiempo que necesito para defenderme de los godos!!.- “Bueno general, eso para mí, pero ¿qué manda para la iglesia? “Contestó el sacerdote. Mosquera dio cien pesos al impasible doctor tornillo. Mejía se despidió del viejo “mascachochas” y encomendó a Mosquera a la Virgen de Guadalupe. Como se sabe, el General Presidente murió en su hacienda Coconuco, tranquilo en su lecho.
Según las crónicas de antaño, parece que el levita meditó sobre Mosquera: ¡Con tal que se muera aunque se salve!.
El proyecto del canónigo Mejía contemplaba la construcción de un templo con dos torres como observatorio a 3.310 metros sobre el nivel del mar. El arquitecto Thomás Reed, constructor del Panóptico donde es hoy el Museo Nacional y el Capitolio, levantó los planos, pero el proyecto no fue posible; se limitó a una cruz de 21 metros de longitud por 19 metros de latitud.
El Arzobispo Herrán puso la primera piedra de la obra el 13 de diciembre de 1858 doce años más tarde; y el templo subsistió hasta 1917. Los tres últimos días de ese año tembló en Santa Fe y los movimientos dieron por el suelo con la iglesia.
Jorge Murcia Riaño reedificó el templo y reorganizó los paseos a Guadalupe por el antiguo camino. Un escultor español talló piezas para la nueva efigie y el templo pero no fueron concluidas en el taller del artista.
El Cerro de Guadalupe tiene recuerdos que se relacionan con la guerra civil de entonces. Allí las fuerzas estatales hicieron retroceder a las guerrillas, en la época del general Sergio Camargo y el Coronel Sebastián Ospina. Mister Wianer, un acróbata extranjero que había cruzado por una cuerda la catarata del Salto de Tequendama, hizo el periplo de Monserrate a Guadalupe, desde el Pico de la Guacamaya frente a los fuertes vientos del Boquerón, haciendo equilibrio a más de 200 metros de altitud. Hoy Guadalupe es visitado por turistas propios y extranjeros y goza de vigilancia de carabineros, aún cuando en el inmediato pasado la inseguridad se había apoderado del lugar.

